jueves, 28 de marzo de 2013

El perfecto Casado. Capítulo 5


El ocaso del viernes se acercaba, todo el pueblo esperaba impaciente a Antonio. Llegó en coche Don Ernesto y paró enfrente de nosotros, de la parte delantera del coche salio él y su esposa, de la trasera salió Antonio. No parecía el mismo. Con un bonito traje de seda marrón, una camisa blanca preciosa, una corbata a rayas blanca y roja, unos zapatos de cuero negro y repeinado para atrás como buen chico de ciudad, se acercó a mí para abrazarme, a pesar de nuestra cara de descontento. No pude negarle el abrazo porque por mucho tiempo que haya pasado o por el poco recuerdo que mostró en su ausencia, seguía siendo Antonio. Después de mi siguió con Carmelo, posteriormente con Rodrigo, finalizando con Ricardo.


Sacó una botella de whisky escocés y nos propuso ir a su casa para hablar y tomar unos tragos, al igual que en el momento en el que abrió sus brazos para cogernos, no pudimos negarnos. Parecía que no había pasado nada, que no le importaba el habernos dejado de lado 7 años; pero en su casa seria el mejor lugar para decirle lo que sentíamos.


Allí estábamos, en el porche de su casa enfrente de cinco vasos llenos de rico whisky, sobre una mesa de madera de roble, sentados en sillas de mimbre y con muchas preguntas que hacerle. Solo hice la sencilla pregunta del por qué. Antonio nos miro extrañado sin saber a que nos referíamos; en ese momento uno a uno le recriminábamos no habernos escrito, no habernos visitado, no habernos invitado al compromiso, no habernos noticiado de su noviazgo, no haber dado recuerdos a sus padres para nosotros, en definitiva, haberse desentendido totalmente de sus amigos, de su pasado.


Sorprendido nos dijo que nos escribió cada semana, que dio recuerdos para nosotros a cada visita de sus padres, que mando a través de su padre la invitación, que no iba al pueblo por estudios pero que nos recordaba cada día; ahora las preguntas y las sensaciones cambiaban, sentí lo mismo que cuando Don Ernesto me dijo que Antonio se casaba. Don Ernesto, él era la clave. Cruzamos miradas y sin mediar palabra nos levantamos y fuimos a buscarle, Antonio  sin comprender por que buscábamos a su padre nos siguió entre corriendo y andando ya que nuestro paso era ligero. No había cartas, no había recuerdos, no había anécdotas, Antonio cambió su gesto de sorpresa por uno de odio y comenzó a andar más vivamente.


Don Ernesto bromeaba y reía con Ponce, hasta que nos vio llegar. Entonces Ponce salió de escena y Don Ernesto cambio el rostro. Su hijo le cogió por la corbata y le exigió explicaciones, una sonrisa acompañada de la frase que nadie quiere oír, que le hace saber de un golpe lo que piensan de él, que muestra las diferencias que nos separan a los hombres, fue suficiente para que Antonio le diera un sopapo y la espalda. Ni siquiera un “lo hice por ti” cambió las cosas.

miércoles, 20 de marzo de 2013

El perfecto Casado. Capítulo 4


Desde pequeños siempre estuvimos juntos: en la escuela, en la calle, en nuestras escapadas nocturnas; incluso nuestra primera visita al Dulce Reggina la hicimos juntos. Desde esa tierna infancia todos sabíamos que el único de nosotros que tenia futuro era Antonio, ya fuera por su inteligencia o por el dinero que poseían sus padres tenia el porvenir asegurado. Así fue, y como las tardes de verano, el tiempo pasó rápido y antes de darnos cuenta ya teníamos la edad para labrar, todos menos la excepción que siempre fue Antonio, fue a la capital a estudiar dejando en el pueblo a sus amigos de toda la vida y a su novia y mejor amiga, Sandra.


De su estancia en la cuidad no supimos mucho. Le preguntaba a su padre sobre el tema alguna vez, cuando le encontraba paseando por el pueblo, y el siempre decía lo mismo que todo le iba muy bien, que los estudios les sacaba con nota y que pronto vendría a hacer una visita; pero nunca venia. Eran Don Ernesto y Doña Samanta los que siempre iban al encuentro de su hijo y al regresar no decían nada novedoso. Nunca supe el porque de su distancia y poco trato, no solo conmigo sino con todos los que han sido durante toda su vida los amigos de su hijo, ya fuera por nuestra condición de humildes y por la suya de privilegiados, porque no querían que supiéramos nada para no darnos envidia o porque nos tenían lastima por la suerte de su hijo, porque Antonio no estaba con ellos y eso les afligía o porque nunca nos tuvo en aprecio por creer que éramos malas influencias.


Hace ya unos meses al volver de su visita a Antonio, y como costumbre, le pregunte a Don Ernesto como estaba su hijo, la respuesta me sorprendió, no porque dijera algo diferente de lo que solía, si no por la actitud con la que me lo dijo. Me extrañó  mucho más su simpatía hacia mí, como si de familiar me tratase, que la noticia que me dio. Alegre me contó que Antonio se iba a casar, que llevaba ya un año y medio con una chica de cuidad, con una sonrisa fingida le conteste y me fui. No supe como reaccionar y fue en el momento en el que les repetí a los chicos lo que Don Ernesto me dijo cuando un cúmulo de sensaciones recorrió mi cuerpo y estoy seguro que el suyo también. Antonio, nuestro gran amigo Antonio Casado, estaba prometido. Alegría y gozo por la noticia del compromiso, tenía cultura, porque ya finalizó los estudios, salud por su juventud, dinero ora por sus padres ora por su esfuerzo y el amor ahora ya lo ha encontrado, y teniendo nuestra leal amistad a pesar de la distancia, nada le falta. También le odiábamos de forma amistosa por irse tan de improviso hace, por aquel entonces, 7 años, por no habernos escrito ninguna carta o dar recuerdos a sus padres para nosotros o dignarse a visitarnos al menos una vez en todo el periodo, ni por invitarnos al reciente compromiso. No me explicaba como esas sensaciones tan antónimas podían ser capaces de confluir a la misma persona y por un solo hecho, Antonio regresaba a casa.

miércoles, 13 de marzo de 2013

El perfecto Casado. Capítulo 3


Ya era muy tarde, los cinco hombres obesos se fueron como pudieron y Lulú ya estaba disponible en su totalidad para Carmelo, Ricardo se fue con Lira y yo tenia que acompañar a Rodrigo a casa, porque tantos tragos de oso nunca fueron buenos. Deje a Antonio hablando con Sandra, toda la noche conversando y que si escuchito por aquí, caricia por allá, recordando viejos tiempos, contando las nuevas, o simplemente hablando del tiempo, no me importaba, Antonio tenia todo el derecho a disfrutar, era su ultimo día y creo que eso no le gustaba. De repente cuando abrí la puerta del Dulce Reggina para salir con Rodrigo, Antonio se levantó, dio un beso a Sandra diciéndole algo al oído y se fue conmigo.


Entramos en casa de Rodrigo, pasamos a su habitación, le tiramos en la cama, llevaba dormido ya un buen rato, y mientras le quitaba las botas mire a Antonio con intención. Sabia por donde iban los tiros y me dijo que solo recordaron viejos tiempos, que la contó su experiencia en la ciudad y lo maravillosa que era su prometida. Le lance una segunda mirada a la que respondió diciendo que no pretendía nada, que amaba a Claudia y que el día que venia seria el más feliz de su vida porque se casaría. Finalmente sonreí y seguí quitándole las botas a Rodrigo, mientras continuaba diciéndome que Claudia era lo más importante para él, que echaba mucho de menos a Sandra por lo que significó para él en el pasado pero insistiendo en que ahora Claudia era lo más importante.


Salimos de la casa, entré en el coche y le ofrecí a Antonio llevarle a la suya,  no quería, necesitaba caminar y pensar. Le lance otra mirada a la que no respondió, solo sacó del bolsillo una caja pequeña y roja y me la dio, era el anillo; sonreí, le mire, arranque el coche y me fui. Mientras me alejaba vi la misma escena que unas horas después se repetiría.

lunes, 4 de marzo de 2013

El perfecto Casado. Capítulo 2


Todo estaba listo para que Antonio disfrutara de su última noche, su último sábado en libertad con sus amigos, lógicamente como de un hombre cabía esperar. Ahí estábamos los de siempre preparados y como era la primera vez que hacíamos una fiesta de ese tipo necesitábamos ir a un sitio de confianza, a un frecuentado. Rodrigo, Carmelo, Ricardo, Antonio y yo nos presentamos más pronto de lo habitual en la puerta del Dulce Reggina habiendo aparcado el coche de Antonio, con el que llegamos allí, al lado del de Genín. Como era normal Sandra salió a recogernos, miró a Antonio pensando en la ultima vez que le vio y nos besó a todos prolongándolo más de lo normal al llegar a éste; vista su hospitalidad no remoloneamos más nuestra entrada. La escena que nos encontrábamos todos los sábados se repetía, Ponce, el camarero, preparando sus famosos tragos de oso y Genín nuestro simpático borrachín, desde el mayor cariño y respeto ya que de no ser por él no tendríamos nuestro mas preciado disfrute. Saludamos a Genín, que sostenía su copa que nunca vi vacía, y a Ponce. Antonio se sorprendió porque no esperaba que le lleváramos allí y porque no se creía que todo seguía tal y como lo dejó, a pesar de llevar 7 años sin aparecer por aquel lugar.


Lulú también se sorprendió de la vuelta de Antonio y miró con complicidad a Sandra que no contuvo la risa. El nuevo monumento que nos prometió Sandra apareció en la barra y acto seguido tomamos posiciones en nuestros babeaderos, sitio privilegiado donde fijarse en cada movimiento, en cada curva de su cuerpo, en cada gesto de insinuación que hacia la bailarina en su escenario para nuestro gozo. Se llamaba Lira y era la guapa, seductora, inocente y joven hija de Lulú que debutaba frente al indiferente Antonio, se notaba la madre de la que provenía.


Le dejamos el honor a Antonio de estrenar con un billete ese fino cordón rojo que no daba pie a la imaginación, que sin pena ni gloria lo colocó entre la tira y la rosada piel de Lira. Rodrigo al ver a Antonio tan decaído y con esa actitud, hizo un gesto con la mano a Sandra quien acudió a ver que se le ofrecía. Sandra tras escucharle fue a la barra y Ponce comenzó a servir cinco tragos de oso. Sandra fue a los babeaderos donde estábamos, y sin quitar la mirada de Lira, cogimos cada uno un trago de oso, menos Antonio que sin mostrar interés por ella le dijo algo al oído a Sandra que sonrió,  le dio su trago de oso y se sentó a su par.


Entre la oscuridad del local se encontraban los brillantes fluorescentes blancos que iluminaban la barra de Ponce y  las estanterías llenas de polvo, repletas de botellas de alcohol. Luces rojas, azules, moradas y verdes bañaban parpadeantes el cuerpo de Lira que no dejaba de contonearse y agacharse para que tirásemos de su  cordón rojo poniendo billetes que hacían que ella cada vez girara más rápido alrededor de la barra que estaba en su pedestal. Hacíamos honor al nombre que dimos a nuestros asientos y proseguimos tomándonos nuestros tragos de oso sin parpadear y con la boca abierta, todos menos Antonio que no tomó ni un sorbo de su trago y solo se dedicaba a charlar con Sandra. Carmelo, como era normal, se disponía a irse con su amiga Lulú a dar una vuelta, se tomó de una atacada su trago de oso, se levantó y agarró por la cintura a Lulú. En ese momento entraron más clientes al Dulce Reggina. Cinco hombres más bien obesos, muy sudorosos y trajeados, parecían hombres de negocios; Carmelo frunció el ceño y Lulú hizo un gesto de despedida, tenia que cambiarse ya que esos hombres querían verla bailar. Sin más Carmelo se sentó y al ver su copa vacía pidió otra a Ponce entre enfado e indiferencia.


Los hombres de negocios se sentaron en los babeaderos de nuestra derecha al que salió Lulú unos minutos más tarde, con dos abanicos que apenas cubrían un trozo de su cuerpo. Mientras Lulú se dirigía hacia los trajeados y su pedestal intercambió un signo de felicitación con su hija que como respuesta comenzó a bailar más alocadamente, lo que nos gustó a todos, menos a Antonio que seguía ausente en su conversación con Sandra. No le dijimos nada, porque echábamos de menos a ese Antonio que siempre iba por su cuenta, su espíritu libre que contrastaba con la posición que le condicionaba.