miércoles, 20 de marzo de 2013

El perfecto Casado. Capítulo 4


Desde pequeños siempre estuvimos juntos: en la escuela, en la calle, en nuestras escapadas nocturnas; incluso nuestra primera visita al Dulce Reggina la hicimos juntos. Desde esa tierna infancia todos sabíamos que el único de nosotros que tenia futuro era Antonio, ya fuera por su inteligencia o por el dinero que poseían sus padres tenia el porvenir asegurado. Así fue, y como las tardes de verano, el tiempo pasó rápido y antes de darnos cuenta ya teníamos la edad para labrar, todos menos la excepción que siempre fue Antonio, fue a la capital a estudiar dejando en el pueblo a sus amigos de toda la vida y a su novia y mejor amiga, Sandra.


De su estancia en la cuidad no supimos mucho. Le preguntaba a su padre sobre el tema alguna vez, cuando le encontraba paseando por el pueblo, y el siempre decía lo mismo que todo le iba muy bien, que los estudios les sacaba con nota y que pronto vendría a hacer una visita; pero nunca venia. Eran Don Ernesto y Doña Samanta los que siempre iban al encuentro de su hijo y al regresar no decían nada novedoso. Nunca supe el porque de su distancia y poco trato, no solo conmigo sino con todos los que han sido durante toda su vida los amigos de su hijo, ya fuera por nuestra condición de humildes y por la suya de privilegiados, porque no querían que supiéramos nada para no darnos envidia o porque nos tenían lastima por la suerte de su hijo, porque Antonio no estaba con ellos y eso les afligía o porque nunca nos tuvo en aprecio por creer que éramos malas influencias.


Hace ya unos meses al volver de su visita a Antonio, y como costumbre, le pregunte a Don Ernesto como estaba su hijo, la respuesta me sorprendió, no porque dijera algo diferente de lo que solía, si no por la actitud con la que me lo dijo. Me extrañó  mucho más su simpatía hacia mí, como si de familiar me tratase, que la noticia que me dio. Alegre me contó que Antonio se iba a casar, que llevaba ya un año y medio con una chica de cuidad, con una sonrisa fingida le conteste y me fui. No supe como reaccionar y fue en el momento en el que les repetí a los chicos lo que Don Ernesto me dijo cuando un cúmulo de sensaciones recorrió mi cuerpo y estoy seguro que el suyo también. Antonio, nuestro gran amigo Antonio Casado, estaba prometido. Alegría y gozo por la noticia del compromiso, tenía cultura, porque ya finalizó los estudios, salud por su juventud, dinero ora por sus padres ora por su esfuerzo y el amor ahora ya lo ha encontrado, y teniendo nuestra leal amistad a pesar de la distancia, nada le falta. También le odiábamos de forma amistosa por irse tan de improviso hace, por aquel entonces, 7 años, por no habernos escrito ninguna carta o dar recuerdos a sus padres para nosotros o dignarse a visitarnos al menos una vez en todo el periodo, ni por invitarnos al reciente compromiso. No me explicaba como esas sensaciones tan antónimas podían ser capaces de confluir a la misma persona y por un solo hecho, Antonio regresaba a casa.

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