Desde pequeños siempre estuvimos juntos: en la escuela, en la
calle, en nuestras escapadas nocturnas; incluso nuestra primera visita al Dulce
Reggina la hicimos juntos. Desde esa tierna infancia todos sabíamos que el
único de nosotros que tenia futuro era Antonio, ya fuera por su inteligencia o
por el dinero que poseían sus padres tenia el porvenir asegurado. Así fue, y
como las tardes de verano, el tiempo pasó rápido y antes de darnos cuenta ya
teníamos la edad para labrar, todos menos la excepción que siempre fue Antonio,
fue a la capital a estudiar dejando en el pueblo a sus amigos de toda la vida y
a su novia y mejor amiga, Sandra.
De su estancia en la cuidad no supimos mucho. Le preguntaba a su
padre sobre el tema alguna vez, cuando le encontraba paseando por el pueblo, y
el siempre decía lo mismo que todo le iba muy bien, que los estudios les sacaba
con nota y que pronto vendría a hacer una visita; pero nunca venia. Eran Don
Ernesto y Doña Samanta los que siempre iban al encuentro de su hijo y al
regresar no decían nada novedoso. Nunca supe el porque de su distancia y poco
trato, no solo conmigo sino con todos los que han sido durante toda su vida los
amigos de su hijo, ya fuera por nuestra condición de humildes y por la suya de
privilegiados, porque no querían que supiéramos nada para no darnos envidia o
porque nos tenían lastima por la suerte de su hijo, porque Antonio no estaba
con ellos y eso les afligía o porque nunca nos tuvo en aprecio por creer que
éramos malas influencias.
Hace ya unos meses al volver de su visita a Antonio, y como
costumbre, le pregunte a Don Ernesto como estaba su hijo, la respuesta me
sorprendió, no porque dijera algo diferente de lo que solía, si no por la
actitud con la que me lo dijo. Me extrañó
mucho más su simpatía hacia mí, como si de familiar me tratase, que la
noticia que me dio. Alegre me contó que Antonio se iba a casar, que llevaba ya
un año y medio con una chica de cuidad, con una sonrisa fingida le conteste y
me fui. No supe como reaccionar y fue en el momento en el que les repetí a los
chicos lo que Don Ernesto me dijo cuando un cúmulo de sensaciones recorrió mi
cuerpo y estoy seguro que el suyo también. Antonio, nuestro gran amigo Antonio
Casado, estaba prometido. Alegría y gozo por la noticia del compromiso, tenía
cultura, porque ya finalizó los estudios, salud por su juventud, dinero ora por
sus padres ora por su esfuerzo y el amor ahora ya lo ha encontrado, y teniendo
nuestra leal amistad a pesar de la distancia, nada le falta. También le
odiábamos de forma amistosa por irse tan de improviso hace, por aquel entonces,
7 años, por no habernos escrito ninguna carta o dar recuerdos a sus padres para
nosotros o dignarse a visitarnos al menos una vez en todo el periodo, ni por
invitarnos al reciente compromiso. No me explicaba como esas sensaciones tan
antónimas podían ser capaces de confluir a la misma persona y por un solo
hecho, Antonio regresaba a casa.
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