sábado, 2 de abril de 2011


Confesiones

Me declaro culpable del único delito del que un hombre nunca se arrepiente. Admito que nunca busque cometerlo y que cuando me di cuenta ya era demasiado tarde para remediarlo, estaba totalmente enredado y no miento si digo que sentí placer al ser consciente de lo que me sucedía, repito, nunca lo busqué; bueno, más bien nunca lo encontré. Reconozco todos los cargos que en mi recaen, los acojo como merecidos y hasta cierto punto me enorgullezco de ellos. No estoy solo en esto, es más si no fuera por la persona que me complementa esto sería tarea imposible. Es el crimen que siempre quise cometer.

Soy responsable de haber caído en el peligroso mundo del amor, de saber que todo lo que me rodea es testigo de mis estupideces, mis desvaríos y mis suspiros. Me siento observado por las farolas, el viento y los atardeceres de Salamanca. Las estrellas se ríen de mi romanticismo, la luna me tiene envidia por estar más cerca que ella de su piel, el sol se avergüenza de la poca luz que emite comparándola con la de sus ojos y el cielo la odia porque nadie le mira cuando ella pasea. Cada gota de lluvia pelea por tocar su rostro y cada brisa del viento por secarlo y remover sus cabellos. Creo que las metáforas son la más sencilla y bella forma de expresar lo que siento, dado que con la descripción me quedaría corto prefiero comparar lo que me sucede con mi entorno; así que, al igual que las flores necesitan un sol que las caliente y las mantenga vivas, yo necesito unos brazos en los que dormir. Al igual que el peregrino necesita una senda, yo necesito que sus palabras me pinten la voluntad. Del mismo modo que un barco sin nadie que tome sus velas navega sin rumbo, yo necesito un capitán.

Detesto encontrarme la cama vacía al dormir, la falta de aliento en mi nuca y unos pies que me acaricien las piernas. Tengo miedo a no ver sus ojos, a que su sonrisa se apague y a no oler su pelo por las mañanas. Me encanta pensar que en una montaña de carbón siempre habrá un diamante, que yo he tenido suerte y lo he encontrado o que ella me encontró a mí y todavía soy más afortunado. Añoro a cada minuto su voz, sus pantalones rotos y sus manos de niña pequeña. Me es imposible pensar su nombre y no sonreir, recordar su boca y no morderme el labio o querer estar a su lado cada vez que sueña y no soñar yo también. Envidio el aire que respira por estar más cerca de su corazón de lo que yo estaré jamás y el aire me envidia a mi por no ser tan efimero mi pasar.

A cada momento me urge la necesidad de que te lleves toda la furia que tengo contenida y que me des esos besos de los que cicatrizan las heridas. Al fin y al cabo, quizás esto no sea una confesión, puede que sea simplemente una declaración; una declaración de amor.

3 comentarios:

  1. Y aunque no es mi situación, y aunque no tiene pinta de serlo proximamente... gracias por hacerme pensar que existe la posibilidad. Siempre fui una sentimental, en el fondo siempre lo fui. Creo que entiendes lo que quiero decir.

    ResponderEliminar
  2. te veo y me declaro culpable de desear tu presencia más que desear la paz.
    (♫)

    ResponderEliminar